Cada día de nuestra vida es un motivo de celebración, un momento para dar gracias al Señor porque nos ama. Cantaba Carlos Gardel en un tango “que es un soplo la vida, que veinte años no es nada”…, haciendo un uso del tiempo como de algo relativo y efímero; pero nuestro concepto de tiempo debería ser distinto, pues Cristo introdujo un elemento nuevo, la eternidad.
Sin pretender hacer una disertación sobre el tiempo, sí que 25 años de sacerdocio, 25 años de entrega al Señor, merecen el detenimiento necesario para subrayar la labor de D. José Juan Jiménez Güeto, nuestro párroco, un pastor bueno que vela cada día de su vida por las ovejas que tiene encomendadas. El próximo 12 de junio se cumplen sus bodas de plata sacerdotales y es un buen momento para dedicarle unas palabras y pedirle que haga balance de su trayectoria.
Buscando un texto que reflejara el carácter de nuestro protagonista, releía a San Juan de Ávila que hablaba así en el Tratado del amor de Dios: “más mueve el corazón a amar que los beneficios; porque el que hace a otro beneficios, dale algo de lo que tiene; más el que ama, da a sí mesmo con todo lo que tiene, sin que le quede nada por dar”. Puede ser una apreciación personal, pero creo que no es un error pensar que D. José Juan ama de verdad a los que le rodean porque se da a los demás de manera íntegra.
Son los últimos días del mes de mayo de 2018. Las puertas de su despacho, en la sacristía de La Trinidad, se abren y nos acoge para ir dando respuesta a las preguntas que se le plantean.
El día 23 de octubre de 1968 nace en Cabra, en el seno de una familia católica, José Juan Jiménez Güeto. ¿Cómo influyó la fe profunda de una madre para ir sembrando en ese niño la semilla del acercamiento al Señor?
José Juan Jiménez Güeto. – Decía Juan Pablo II que para que surja una vocación sacerdotal o religiosa es necesario un “humus” (familia, entorno, comunidad…) Por tanto, lo vivido en casa va a tener para mí un papel fundamental. Mis padres no eran personas formadas; sin embargo, tenían una fe muy profunda. En el caso de mi padre, muy comprometido en Cáritas, Cursillos de cristiandad, funda una hermandad… Mi madre, mujer piadosa, me hizo descubrir la verdadera contemplación con el rezo del rosario y, a través de ella, bebí de su tremenda devoción a la Virgen. Mis padres han sido fundamentales en mi vida de fe, me transmitieron sus propias experiencias.
Además desde pequeño viví en una comunidad, en mi parroquia. Antes de cumplir un año, me llevaron a una guardería de monjas de clausura (Agustinas Recoletas); cuando se iban los niños, me quedaba solo con las monjas hasta la celebración de la eucaristía. Tendría tres o cuatro años cuando ayudé en mi primera misa. Las monjas dispusieron un banco para que pudiera llegar al altar. Con seis años comencé a prepararme para recibir la primera comunión, ya era monaguillo en la parroquia de Santo Domingo. Allí recibí la catequesis que tuvo continuidad después de la primera comunión, confirmándome a los 13 años en la misma parroquia.
El mismo año que comienzo primero de Bachillerato, se abre el Seminario Menor (1982). A pesar de tener intención de ingresar en él, mi padre no accedió porque hacía poco que había muerto mi hermano mayor y se hacía complicado para ellos dejarme ir. Ese curso lo hice mal, estaba muy rebelde. Sin embargo, formaba parte de los Grupos de Juventudes Marianas Vicencianas, y con la ayuda de las Hijas de la Caridad, me reafirmé en el deseo de ser cura. Era monaguillo de D. Miguel Vacas y yo quería imitarlo igual que a D. Francisco Caballero y a D. Gregorio Molina, sacerdotes de mi parroquia. Al final de ese curso, me apunto a unas colonias vocacionales. D. Miguel Vacas me ayudó con mis padres para que me viniera al seminario. Ese mismo verano, curiosamente, ayudaba a trasladarse a Córdoba a D. Miguel, que venía destinado a la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción del Parque Figueroa.
15 de septiembre de 1983. A punto de cumplir quince años, ingresa en el Seminario Menor. ¿Qué recuerdos guarda de esos años? ¿Hubo algún momento de duda?
José Juan Jiménez Güeto. – Era la segunda promoción de Bachillerato tanto del colegio Sansueña como del Seminario. Los de mi paso por el Seminario, Menor y Mayor, fueron los años más maravillosos. Eran formadores del Menor D. Manuel Montilla y D. Juan Correa. Hoy somos sacerdotes de aquel curso Rafael Rabasco Ferrerira, Rafael Moreno Sillero y un servidor. Recuerdo con nostalgia a buenos compañeros, maravillosas experiencias…
Nunca tuve dudas en el Seminario Menor, fui reafirmándome en mi vocación. Solamente en C.O.U. hubo un momento, algo circunstancial, en el que tuve la tentación de seguir o no. D. Manuel Osuna, que era el párroco de la Asunción y Ángeles de mi pueblo, Cabra, me acompañó, en diálogo con los formadores, a tomar la decisión de dar el paso al Seminario Mayor.
En el segundo curso de los estudios eclesiásticos tuve un momento muy crítico y difícil en el ámbito espiritual, una lucha personal, interna, y me planteo seguir adelante o no; me ayudó mucho en el discernimiento D. Santiago Gómez Sierra (actual obispo auxiliar de Sevilla). Me reafirmé, continué con la ilusión de alcanzar el sueño de mi vida. Nunca ha habido otro momento para el cuestionamiento ya que sería incapaz de entender mi vida sin ser sacerdote. Es la ilusión que me colma por completo, no necesito otra realidad. Soy plenamente feliz siendo cura, sobre todo estando lo más cercano a las personas. Ha habido momentos duros en mi vida, pero como le ocurre a cualquier persona. D. Santiago, que ha sido como mi hermano mayor, mi referente, me ha ido acompañando en cada uno de esos instantes con mucho afecto. A él le debo bastante de lo aprendido. También a la gente con la que he compartido mi vida, especialmente el ejemplo de otro sacerdote, D. Manuel Osuna.
Desde su perspectiva de hoy, ¿qué significado tiene el Seminario?
José Juan Jiménez Güeto. – Es fundamental para el discernimiento vocacional: hay chicos que dicen que quieren ser sacerdotes y no reúnen las condiciones, otros que no quieren y tienen el perfil… El Seminario Menor es clave para cuidar la semilla. Es el tiempo necesario y extraordinario porque se hace en un ambiente juvenil, de estudio… Sin duda, es un lugar de discernimiento. No toda persona que entra en el seminario va a ser cura. Durante ese proceso se llega a una decisión final para adquirir un compromiso. Si alguien vive la experiencia y no llega a ser cura, no es un fracaso, sino una ayuda. El seminario cumple la misión de acompañamiento en el discernimiento de la vida cristiana.
Llega el último curso previo a la ordenación. Se puede hablar de un año especial, ¿no es así?
José Juan Jiménez Güeto. – Antes de la ordenación sacerdotal viví con mucha intensidad los ritos de admisión así como los de lector y acólito en el Seminario Mayor de San Pelagio. Era obispo de la diócesis Monseñor Infantes Florido. La ordenación de diácono fue peculiar porque se cumplían las bodas de plata episcopales del señor obispo. Era septiembre de 1992 cuando recibieron el orden sacerdotal los mayores del curso, Francisco Javier Cañete, Miguel Varona, Rafael Rabasco, Tomás Pajuelo y Manuel Arroyo (q. e. p. d.); los tres más pequeños, Agustín Moreno, Joaquín Alberto Nieva y un servidor (por no cumplir la edad) así como Fernando Cruz Conde, por no llevar el tiempo necesario, fuimos ordenados diáconos. Fue una fiesta muy bonita; con alegría inmensa veía la ordenación de cinco compañeros y nosotros cuatro, diáconos.
Unos meses después, tiene lugar vuestra ordenación sacerdotal. ¿Cómo vivió esos momentos?
José Juan Jiménez Güeto. – La ordenación sacerdotal no estaba prevista como luego se produjo. Llegaron noticias de la visita del Santo Padre Juan Pablo II a España e iban a ser ordenados por él solamente dos sacerdotes de nuestra diócesis. Pero al poco tiempo dijeron que los cuatro recibiríamos el sacramento de manos del Papa. Fue una alegría inconmensurable. Al comunicarlo a mis padres, se llenaron de emoción.
Los últimos meses fueron muy intensos con la finalización de los estudios y la preparación. Junto a los compañeros de Jaén hicimos los ejercicios espirituales.
La ordenación tuvo lugar en el Palacio de los Deportes de Sevilla. Recuerdo el sobrecogimiento por el número de obispos, sacerdotes, la llegada del Santo Padre andando muy despacio… Toda la celebración fue muy emocionante. No se pueden describir los sentimientos al recibir la imposición de las manos. El gesto de la paz me desbordó, me embargó de emoción: recibí de Juan Pablo II dos besos en la cara y un tercero en la cabeza y sentí el abrazo de un Padre que te acoge.
¿Qué ha supuesto en su ministerio haber sido ordenado por un Papa, que además con el paso de los años ha sido declarado santo?
José Juan Jiménez Güeto. – Para toda la gente que conoció la figura de San Juan Pablo II, ha sido algo impresionante ver la declaración de un santo ‘in situ’. En mi caso, es un cúmulo de emociones y sentimientos que sea canonizada la persona que te ha dado el sacramento. Es un inmenso regalo haber conocido a un santo en vida. Me sirve de estímulo la figura de San Juan Pablo II. Se articulan en él la contemplación y la vida apostólica. En ese sentido tengo devoción a Santa Rafaela María o San Juan de Ávila, apóstol excepcional; igual en San Juan Pablo II, de actitud de contemplación y devoción a la Virgen, energía inagotable de apostolado, de estar. Recuerdo al Papa con los jóvenes en Madrid, en Cuatro Vientos, cuando apenas podía hablar. Me ha marcado mucho, lo tengo presente y a él me encomiendo.
Cuatro órdenes de manos de San Juan Pablo II, cuatro canónigos… ¿Vidas en paralelo? ¿Ha unido ese rasgo?
José Juan Jiménez Güeto. – Los cuatro pudimos estar el día que murió el Papa. En aquel momento yo, como Delegado de medios de la diócesis, atendí a medios de comunicación para informar sobre la muerte del Santo Padre. Los cuatro pudimos acompañar a D. Juan José Asenjo, nuestro pastor, al funeral. Estuvimos directamente en la basílica de San Pedro, vivimos un gran momento de recogimiento e intimidad, pero de inmensa gratitud, de acción de gracias por su vida. Me marcó ver cómo estaba Roma, miles de personas esperando el funeral del Papa. ¡Santo súbito!, gritaba la gente. Volveríamos a la beatificación y canonización también los cuatro y, si Dios quiere, el día 12 de junio próximo estaremos en Roma con el Papa Francisco y celebraremos al día siguiente una eucaristía en acción de gracias ante la tumba del Santo del que recibimos el sacramento del orden sacerdotal.
Curiosamente, sí, también los cuatro que fuimos ordenados juntos, hoy compartimos canonjía.
A lo largo de estos 25 años, solamente dos destinos. ¿Cuál es el resumen, si es posible hacerlo, de su ministerio sacerdotal?
José Juan Jiménez Güeto. – Efectivamente, dos destinos. Recién ordenado sacerdote estuve unos meses aquí, en La Trinidad (de octubre de 1993 a septiembre de 1994), ocupándome de la pastoral vocacional y siendo capellán de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
El 12 de septiembre de 1994 me enviaron como formador al Seminario Menor donde permanecí nueve años maravillosos acompañando a los jóvenes, años con una pastoral vocacional muy efervescente. Allí estuve junto a mi compañero, del que aprendí mucho y al que tengo un cariño profundo, D. Manuel Navarro, hombre de Dios, excepcional sacerdote, generoso y apóstol incansable. En ese tiempo también estuve muy vinculado a Sansueña como profesor, responsable de pastoral y formando parte del equipo directivo.
En el año 2003, Monseñor Javier Martínez me nombra vicario parroquial de La Trinidad y responsable de la pastoral de los centros educativos. Vengo a trabajar con D. Santiago y siento una gran alegría por compartir con él, y también en esa primera etapa, con D. Francisco Ariza y D. José Vicente, las tareas parroquiales; fue un tiempo centrado en las catequesis y en los colegios.
Cuando D. Juan José Asenjo llega a Córdoba, me encarga junto con Pablo Garzón la Delegación de medios de comunicación. Era un encargo pastoral más, un campo desconocido pero ilusionante. Comenzamos ese camino y se hizo un trabajo muy bonito que tuvo recompensa con la concesión de los Premios Bravo que concede la Conferencia Episcopal. Esa labor continúa de manera excelente hoy, con Natividad Gavira.
Tras dos años en La Trinidad, me nombran párroco; desde entonces desempeño la tarea de la que más disfruto, con la que más gozo y la que más alegrías me está dando en mi vida. Cuento con compañeros sacerdotes excelentes, testimonio para mí por su piedad y trabajo apostólico. La Trinidad es una parroquia muy viva, eminentemente sacramental, pero florece una riqueza de actividad pastoral extraordinaria. Me limito a estar presente. Son los distintos grupos los que van haciendo su camino, su trabajo, yo acompaño. Tengo gran espíritu de gratitud y de tener algo no merecido. Es tal la bondad y belleza de todos los grupos, su honda espiritualidad, intensidad en la celebración de los sacramentos, labor evangelizadora con iniciativas punteras, totalmente al día y últimamente también haciendo un uso fantástico de las nuevas tecnologías.
Los grupos se vuelcan en la acción de la caridad. Mi parroquia está muy viva, tiene un futuro muy esperanzador. No hay tiempo para el aburrimiento. Es una parroquia que destaca en la vida de la piedad popular: hermandades, devociones, adoración… Es una parroquia que ama a sus sacerdotes. Noto en mi vida cómo los fieles rezan por mí, me acompañan; en el plano humano, no he tenido la sensación de sentirme en soledad. En todo momento me he sentido querido y acompañado. No espero nada más porque todo lo estoy recibiendo sobremanera. Ha habido momentos de crisis, de dolor, cuando los fieles lo están pasando mal por alguna razón (enfermedad, soledad), esos momentos sí me causan un dolor profundo, sobre todo cuando hay jóvenes que no pueden ver hechos realidad sus sueños…
Mi tarea como pastor se ve alimentada. Cada día, el momento más importante es la celebración de la eucaristía. Me hace sentir más pastor que nunca acompañar rezando a un fiel en el último momento de su vida, es lo que más me llena.
Nombrado canónigo de la Santa Iglesia Catedral por D. Juan José Asenjo en 2008, participo de la vida del Cabildo y de las tareas que comparto con el resto de compañeros, ocupándome de los medios de comunicación.
Por último, de todos estos años de ministerio en La Trinidad, ¿destacaría algún momento?
José Juan Jiménez Güeto. – De los quince años, trece de párroco, ha habido momentos muy importantes. El año 2005 se cumplía el 300 aniversario de la ejecución del tempo parroquial como hoy lo conocemos, que llevara a cabo en 1705 el Padre Rocha. Se realizó el primer Quinario conjunto de las cofradías del Santo Cristo de la Salud, de la Santa Faz y del Perdón, generando vínculos para crecer juntos a partir de ese momento; un Quinario con pretensión de continuidad, cada diez años. Así se volvió a celebrar en el año 2015, generando un movimiento de comunión interna y sirviendo como ejemplo para otras comunidades parroquiales que también acogen a distintas cofradías.
El curso pastoral 2014-2015 estuvo marcado por tres acontecimientos. Recibimos la visita pastoral de Monseñor Demetrio Fernández; fue un año de gracia en el que nuestro obispo pudo tomar el pulso de la vida espiritual, sacramental y litúrgica de nuestra comunidad. A nivel comunitario vivimos un momento especial de trabajo conjunto y reflexión a nivel general. Sirvió para tomar impulso y seguir caminando.
De otro lado, celebramos el 50 aniversario de la fundación de las obras sociales de La Trinidad, por parte de D. Antonio Gómez Aguilar. Se dio a conocer la figura, vida y ministerio de un párroco que transformó la vida de la parroquia, creando dos realidades que hoy permanecen, colegios y residencias.
Por último, fue importante para la ciudad de Córdoba la celebración de la Regina Mater. A nivel personal, tuve el privilegio de que la primera vez en la historia de la Virgen de la Sierra que esta saliera de Cabra, viniera a mi parroquia. Su estancia durante una semana aquí, no permite que tenga palabras para expresar sentimientos de lo que yo viví y yo vi que la presencia de la Virgen de la Sierra hizo en Córdoba. Puedo decir que vi milagros que la Virgen realizó. Su presencia es única y generó la piedad y devoción en muchos fieles. Ella es el camino que nos lleva a Cristo; el que quiera llegar al corazón de Cristo tiene que entrar por el corazón de María y tiene que entrar por el corazón de la Virgen de la Sierra.
Como no podía ser de otra manera, con estas palabras dedicadas a la devoción particular de nuestro párroco, concluimos una extensa entrevista que nos ha permitido acercarnos un poco más y conocer mejor la experiencia de vida y sacerdocio de un buen pastor que arriesga, acoge y sale a la búsqueda de sus ovejas.
Con estas palabras concluía el Santo Padre Juan Pablo II la homilía en la ordenación sacerdotal el día 12 de junio de 1993:
¡Queridos hijos que os disponéis a recibir de mis manos la ordenación sacerdotal! ¡Qué vastos son los horizontes que Cristo y su Iglesia ponen hoy ante vosotros! Abrid vuestras almas para recibir este gran don de Dios. Os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María, “Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes”, para que os entreguéis plenamente a la realización del ideal de vida sacerdotal que la Iglesia os presenta.
El Señor os ofrece hoy “la corona de gloria que no se marchita” (1P 5, 4). “Pasa la apariencia de este mundo” (1Co 7, 31); pero Cristo, Luz de los pueblos, es el sacerdote de una Alianza que no pasa, que no se marchita porque es eterna.
En nombre de la comunidad parroquial de San Juan y Todos los Santos – La Trinidad, ¡felicidades, D. José Juan!